jueves, 20 de junio de 2013

Dos poemas de Rabindranath Tagore, extraídos de su libro: “La luna Nueva”

La flor de la Champaca

“Oye, madre: sí,sólo por jugar ¿eh? me convirtiera yo en una flor de champaca, y me abriera en la ramita más alta de aquel árbol, y me meciera en el viento riéndome, y bailara sobre las hojas nuevas... ¿Sabrías tu que era yo, madre mía? Tú me llamarías: “Niño, ¿donde estás?”. Y yo me reiría para mí y me quedaría muy quieto. Abriría muy despacito mis pétalos, y te vería trabajar. Cuando, después del baño, con el pelo mojado abierto sobre los hombros, pasaras tú por la frescura de la champaca al patinillo donde rezas, sentirías el perfume de la flor, madre, pero no sabrías que salía de mí. Después de la comida de las doce, cuando estuvieras sentada a la ventana, leyendo el Ramayana, y la sombra del árbol te cayera en el pelo y en la falda, yo echaría mi sombrita chica sobre la hoja de tu libro, en el mismito sitio en que leyeras; pero ¿adivinarías tú que era la sombra de tu hijito? Cuando, al anochecer, con la lámpara en la mano, fueras tú al establo, de pronto caería yo otra vez al suelo, y sería otra vez tu niño; y te pedirías que me contaras un cuento. “¿Dónde has estado tú, picarón?”. “No te lo cuento, madre”, nos diríamos.


Último Trato

Una mañana iba yo por la pedregosa carretera, cuando espada en mano, llegó el Rey en su carroza. “¡Me vendo!”, grité. el Rey me cogió de la mano y me dijo: “Soy poderoso, puedo comprarte.” Pero de nada le valió su poderío y se volvió sin mí en su carroza.
Las casas estaban cerradas en el sol del mediodía y yo vagaba por el callejón retorcido
cuando un viejo cargado con un saco de oro me salió al encuentro. Dudó un momento, y me dijo: “Soy rico, puedo comprarte.” Una a una ponderó sus monedas. Pero yo le volví la espalda y me fui.
Anochecía y el seto del jardín estaba todo en flor. Una muchacha gentil apareció delante de mí, y me dijo: “Te compro con mi sonrisa.” Pero su sonrisa palideció
y se borró en sus lágrimas. Y se volvió sola otra vez a la sombra.
El sol relucía en la arena y las olas del mar rompían caprichosamente. Un niño estaba sentado en la playa jugando con las conchas. Levantó la cabeza y, como si me conociera, me dijo: “Puedo comprarte con nada.” Desde que hice este trato jugando, soy libre.

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