El hijo pródigo por fin descansa
sobre la blancura de la tierra.
El sol no fatigará sus ojos
ni el pasado, su errante corazón.
Descansa mientras las nubes parecen recordarle
al ángel que lo acompañó cuando regresaba
de la tierra vacía,
de la región del hambre, del barro. La lejana tierra
donde todos danzan moviendo sus cadenas mudas
y cubren con lodo su desnudez enferma. Breve fue el camino
hacia la paterna casa.
El hijo que ha vuelto lo sabe. En su ventana
enmudecen los pájaros y se detiene el agua.
El aire ha cesado y abandona su leve peso dentro del cuerpo.
Hay muchos que no saben que duerme sin saberlo,
ni que el hijo pródigo ha vuelto por fin a casa.
Porque Dios es Dios de vivos, no de muertos.
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