¿Qué le pasa a la rata, / que está atada a la pata / de la lata de la caca?: / ¡Está enferma de culturata! (Cuarteto compuesta por un amigo en ocasión de la presentación de un festival de cultura en Lanús)
Decadencia de la vocación literaria
Una de los indicadores máximos de la decadencia de una generación, es la total, absoluta, completa y universal falta de sentido y vocación por las letras. No solo por aquellas “químicamente puras” sino por las que están perdiendo día a día su significado más vital: la generación y comunicación de ideas. No es que falten estructuras, ni frases o vocablos. Menos que la lengua posea una palmaria pobreza de recursos. Menos aún personas que escriban o intenten escribir. Lo que están faltando son verdaderos escritores, personas que escriban mas allá de un galardón, mas allá de una moda, mas allá del exquisito y descompuesto cadáver de la figuración social y el comercio (entiéndase como comercio, a un mercenarismo económico que subordina la escritura al mero valor de mercado o a la acumulación de premios como prueba del valor de la misma). Necesitamos escritores que escriban por escribir. Que quieran expresar la tormentosa contradicción de la libertad de espíritu con la suave, fragante y mullida complacencia de la aceptación de la realidad. La escritura no es simplemente una suave pluma que recorre un limpio y blanco papel, sino un afilado punzón que describe surcos profundos en la carne, horadando y lubricándose a la vez con la incipiente sangre que brota generosamente del tejido social. En medio de ese caos, la palabra crea belleza. Una belleza que es imposible reproducir por otro medio que no sea la poesía misma.
Esa poesía, fuente de belleza y generadora de ideas, que hoy está casi agonizante gracias a la incomprensible jerga en que se ha envuelto, y en los grupos cerrados donde no parece salir, sino dar vueltas en sí misma.
La poesía perdida
Seamos honestos: La gente ya casi no lee poesía.
¿Hemos perdido el rumbo de la poesía? ¿Para qué sirve hoy un poeta?. Algunos dirán que muchos de ellos están para ayudarnos a recorrer la vía de los juegos florales de Manflorandia. Otros objetarán que el único sentido que tienen es alertar a la sociedad mediante una vigorosa metáfora social que denuncie sus males.
Otros, que deben abrir caminos hacia ninguna parte, aunque éstos se hundan en la mismísima laguna viscosa de la repugnancia o nos hagan precipitar desde la cima de nuestro ego. Y podrían darse más ejemplos de para que sirve un poeta.
Si hay una decadencia literaria como la de ahora, si los escritores no escriben por el mero gusto de escribir, si la sociedad simplemente los premia sin leerlos (elogio social), o los maestros y profesores evitan enseñarla y apreciarla como tal, entonces un poeta no sirve para nada. Aún mas: todos son de una nulidad total y absoluta. ¿A qué tanto concursos y premios entonces?
El caos espiritual en que está sumergida la poesía no es una excepción. Por un lado, está centrada únicamente en una estructura exitosa a expensas de todo lo demás y por el otro, se abandona a una inspiración tan libérrima, que más que inspiración, es una expiración; un caldoso estornudo hacia la nada. Baudelaire, en su impagable “Vida de Poe” dice: “Un artista no es tal sino gracia a un exquisito sentido de lo bello.. Poe, no sólo hizo esfuerzos considerables para someter a su voluntad al huidizo demonio de los momentos felices.. sino que también sometió la inspiración al método y al análisis más severo. Sólo es poeta quien se muestra dueño de su memoria y soberano de las palabras, cuyo registro de sus propios sentimientos está siempre a punto para dejarse hojear. (Y esto del propio Poe): “Un poema no merece el nombre de tal más que cuando excita y arrebata el alma. Ningún poema será tan elevado, tan noble, tan ciertamente digno del nombre de tal, como el escrito únicamente por el placer de escribirlo”
II
Si no es así, coloquemos a nuestra musajeta para que lave los platos de nuestra casa, sirva como cocinera; o mejor aún, que tenga que realizar el simple llenado de planillas burocráticos en nuestros empleos. Quizás debamos ser cautísimos al denominarnos “escritores” cuando nuestras faltas ortográficas y nuestros flatos poéticos nos gritan que cambiemos de rubro. Si esto es así, es preferible, dice un tal Eros Verdull, ser un buen lector antes que un mal escritor.
Desgraciadamente, esto es lo que ha pasado hasta hoy. No existen figuras importantes ni señeras en el ámbito de la poesía (y esto podría extenderse a otros ámbitos del arte). Cada poeta está inscripto en un grupo (grande, mediano o chico) de escritores como él. En estos grupos - generalmente no muy conectados entre si y hasta a veces perfectamente aislados - hay uno o dos poetas “importantes” a quienes se les rinde culto por el sólo hecho de escribir un poco mejor o ser demasiado caradura a la hora de leernos “sus poesías”. También existe en los grupos de letras, el método de descalificación directa o indirecta de los demás escritores y el posterior reclutamiento de discípulos que sigan esa idea. En estos lugares, la actitud adoptada es generalmente cerrada y hasta a veces refractaria a nuevas tendencias. Alcanzan un “status quo” y de allí no salen por pereza, incapacidad o miedo a tener que admitir una incipiente derrota literaria (“Ya llegué” es su frase favorita). El precio de ello es el creer tener la absoluta verdad en cuanto a lo que se escribe, no viendo que en realidad todos esos grupos escriben casi exactamente igual y que en el fondo no existen diferencias claras entre uno y otro concepto estético o temático. Es imposible diferenciar a un autor por su obra, simplemente porque todos escriben de igual manera. Nadie entiende sus demasiado elaboradas imágenes y su lenguaje cada vez más críptico de tal forma que, cualquier lector al segundo o tercer verso, abandona el texto con un irreprimible bostezo. Ese poema le suena igual que todos los que leyó. No es lo entiende no lo entenderá. Se habrá perdido un lector, pero el autor seguirá abogando por la profundidad y la coherencia de su obra. El poema - o lo que sea - que hace uno de ellos, podría estar firmado por otro sin que nadie se de cuenta. Seamos claros: No existe aún ninguna renovación (ni revolución) en la poesía capaz de resucitar a los lectores de poesía entre el común de la gente. Ella se ha vuelto un género tan intrincado y críptico que desalienta aún a los mismos que la escriben.
III
Fajardo observa que es innegable la exclusión de la poesía de los medios masivos oficiales: “Esta exclusión provoca en el poeta la búsqueda de la felicidad efímera de la fama y el éxito. Para tal objetivo, han relajado sus palabras hasta situarse en las pasarelas del mundo, con astucia más que con calidad estética, al lado de las refrescantes y hermosas top models”.
Aún así, la poesía no ha dejado de ser el arte de lo imposible, ya que el poema no sólo se debe escribir, sino también vivir. Es inevitable. No por el mero gusto masoquista del sufrimiento pseudo romántico, sino porque debe mostrarnos la imposibilidad de la perfección y la honda limitación de lo que hacemos y la visión de una limitación nunca tendrá valor comercial: Por ello, como poetas, debemos resistirnos a escribir por el marketing mismo. Lo haremos sólo cuando sea inevitable. A diferencia de mercado y la política que siempre necesitan una justificación externa, un poema, como cualquier otra manifestación puramente artística, es justificación de sí mismo. No pretende filosofar sobre él ni sobre la poesía. Ese tipo de especulaciones debe ser dejado a aquellos que deseen aparentar erudición al escribir, pero que en realidad son los verdaderos contrarrevolucionarios del arte.
El poeta no es el líder que guía a la belleza, ni tampoco a la verdad, menos aún a la razón. El motivo de su existencia es elevar al hombre por encima del nivel de sus intereses vulgares. Recuperar el espíritu lo humano. Esa condición atacada, menospreciada y hecha servil hasta casi ser olvidada en nombre de los “ismos” de turno. El motivo de la poesía, su sujeto, su intermedio y su fin es ella misma. La pluralidad infinita de su expresión honesta es lo que la hace verosímil ante el ser humano.
Vuelvo a citar a Baudelaire: “El principio de la poesía es pura y simplemente la aspiración humana a una belleza superior..”.
La poesía, ¿es un valor de mercado?
Según Carlos Fajardo - Fajardo, en su ensayo: “La poesía en tiempos de exclusión”, esta particular rama de la literatura está ante el fin de sus rituales como práctica casi cotidiana. “Hay en la poesía actual algo de inmediatismo e instantaneidad que liquida su heroísmo triunfante y evapora su memoria histórica. El sentimiento de lo sublime no constituye para las nuevas sensibilidades de poetas, su mayor desgarramiento. La poesía parecería que está hecha para una sociedad civil global y virtual, en la cual, los receptores de la misma son ciudadanos consumidores virtuales, cuya memoria sólo sirve para el olvido.
El poeta no desea heredar las pesadas cargas del tiempo y de la historia. Se conforma con ser un sofisma más de difusión para públicos masa, restándole esto su potencia contestataria e inventora, en pro de una standarización y repetición”. (O como diría Pablo Di Santis, “ se mantendría igual, idéntico a si mismo, mientras a su alrededor todo cambia”.
“El poeta no debe elaborar su obra con la mentalidad del administrador de negocios para ser útil. Si desea entrar en el juego de los ganadores, debe mostrar un arte funcional, decorativo, complaciente, que cumpla la teleología del consumo, o bien, una poesía que supere el distanciamiento, se identifique con el entusiasmo de lo impactante y espectacular. Si así se le dan las cosas, el poeta desfilará por la pasarela, con pequeños golpecitos dados en la espalda por su amo de turno, agradeciéndole la colaboración y el servicio” , acota Fajardo.
¿Estaremos ante el fin de la poesía?
Es indiscutible el valor de mercado en el momento de promocionar modas o personajes, más cuando se trata de imponer una ecuación de fácil resultado: Publicitar sólo aquello que deba consumirse. El hecho de darle una relativa publicidad o un mínimo espacio a la poesía, a la verdadera, - no a la seudopoética que estamos acostumbrados - hace que ésta tienda a desaparecer como instrumento de afirmación de la personalidad humana y como vértice del arte. La desaparición de ésta es, en mayor escala, la desaparición del arte, tal como se venía desarrollando hasta casi el presente. La crisis del universo textual y fenomenológico (crisis cada vez más creciente de ideas y expresión) del poeta ha arrastrado tras de sí muchas de las concepciones que la sustentaban. De allí, citando otra vez a Fajardo, la poesía pasa “del texto lecto escritural al texto teatral visual. Se podría decir que estamos ante el fin de un tipo de poesía y el inicio de una poética que aprovecha otros lenguajes y otros ámbitos de creación”..
De todas maneras, si bien no se atisba un fin inmediato de la poesía, al menos sí de un sistema o de una era poética profundamente desgastada que, en vez de renacer de sus cenizas como el ave Fénix, resurge de una bolsa (de gatos) mágica, como la del gato Félix. El tiempo dirá, dicen los viejos. Pero aún así, la poesía no muere nunca (sí los lectores de ella), sobreviviendo en algunos, aún en épocas de profunda crisis de identidad como la nuestra.
¿Poetas o visionarios?
Es interesante lo que Hans Sachs en Los Maestros Cantores enseña sobre la poesía y el poeta:
“Amigo mío, tal es precisamente la obra del poeta:
Que interprete y observe sus sueños.
Creedme, la más verdadera ilusión del hombre le es revelada en sueños:
toda el arte poética y la poesía
no son otra cosa que la interpretación de sueños de verdad”
Ahora bien, ¿No será, quizás que la poesía, y por ende, los poetas carecen de sueños?. Pareciera que el poeta actual carece de esos sueños, y escribe sobre la creencia de sus sueños y no sobre el sueño mismo, desechando su carácter de revelador y demiurgo de la palabra. Esto es, escribe sobre la poesía y no en la poesía, alejándose cada vez más del texto que ha creado hasta volverse un completo extranjero de si mismo. Un profano.
Platón mismo nos habla de la facultad creadora del poeta, en la medida de que no es un conocimiento consciente, y la compara con el talento del adivino y del intérprete de los sueños: cree que el poeta no es capaz de componer su poesía hasta que no se haya vuelto inconsciente y no habite ninguna razón en él.
El poeta actual ha dejado de oír este estado de ánimo musical (stimmung), y en su interior sólo escucha un caos sonoro, incapaz de poder ordenar una idea poética en cuanto a idea, y por tanto, debe dejar paso a “la forma”, a la “expresión” antes que a la poesía misma. Nunca mejor ejemplo lo dará la poesía lírica, en la cual dicen abrevar casi todos los poetas.
Para expresar su apariencia en imágenes, el lírico necesita todos los movimientos de la pasión, desde el susurro del afecto hasta la furia de la locura (dice Nietzsche en “El origen de la tragedia a partir del espíritu de la música”), se contempla a sí mismo a través del mismo médium, su propia imagen se le muestra en estado de sentimiento insatisfecho: su propio querer, anhelar, gemir, prorrumpir en júbilo es para él una metáfora con el que interpreta la música para sí...la lírica, es igualmente dependiente del espíritu de la música, que en su total falta de límites no necesita ni de la imagen ni del concepto sino que los soporta junto a sí.
Esta pérdida de la vocación real del poeta autoexcluído, la mejor de las veces, de su propio suelo y contexto cultural, ha llevado a la crisis actual. Un poeta en crisis, es aquel que debe soñar por toda una humanidad que ha dejado de hacerlo, y aún más, de denunciar esa falta de sueño común. Su obra no conformará un galanteo de palabras para pocos, ni para sí mismo, puesto que es un testigo lúcido, uno de los últimos que quedan, de una humanidad siempre en derrota. Por último, y como dice Cervantes en su “Don Quijote” ..”pide no se desprecie su trabajo, y se le den alabanzas, no por lo que escribe sino por lo que ha dejado de escribir”
Reflexión final
“Poesía...eres tú” Becquer
“Hablamos de poesía tan abstractamente porque todos nosotros solemos ser malos poetas. El fenómeno estético es, en el fondo simple: si se tiene la capacidad de ver continuamente un juego viviente y de vivir incesantemente rodeado por corros de espíritus, entonces se es poeta; si se siente la tendencia a transformarse a sí mismo y a hablar de otros cuerpos y almas, entonces se es dramaturgo”.
“Cuando dominaron el crítico en el teatro y en los conciertos, el periodista en la escuela, la prensa en la sociedad, el arte degeneró hasta transformarse en un objeto de entretenimiento de la más baja especie, y la crítica estética llegó a ser el vínculo de unión de una sociabilidad vana, distraída, ambiciosa y, por añadidura menesterosa y carente de originalidad.....en ninguna época se ha charlado tanto sobre el arte y se le ha dado tan poca importancia.” Nietszche -
De seguir esto así, entonces seguiremos padeciendo a más personas que hablarán de poesía sin jamás llegar a ser poetas. Se reunirán para hablar de poesía y escritura, de ollas y sartenes, de metáforas, metalenguaje y oximorones, pero no habrá en ello siquiera un átomo de poesía. En general, quienes reflexionan demasiado obsesivamente sobre eso, terminan abandonando la escritura. De todas formas, y como siempre ha pasado, pronto llegará una nueva revolución en la poesía, (en la escritura en general, en todo el arte) capaz de hacerla volver a esa sencillez no exenta de significado y trascendencia que siempre ha tenido.
Mientras tanto, aquellos que resistan, deben esperar y alentar con sus obras esa revolución necesaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario