miércoles, 26 de junio de 2013

CONTATE UN CUENTO II - Ganador categoría A - Por Martín Andrés de Igartúa

La moneda de Cesar Borgia
Alumno de 1º 4ª ESB Nº 7 

Era mi primer día en el museo de La Plata, me dijeron que tenía que vigilar la colección de monedas antiguas en el turno de las doce a las cuatro de la mañana.
Estaba por terminar mi horario cuando se cortó la luz. Mi compañero y yo corrimos por los pasillos para buscar el interruptor, éste lo encontró y logró encenderla. De pronto, vimos una sombra pasar. Fuimos tras ella, pero la perdimos.
Cuando regresamos, la moneda de Cesar Borgia había desaparecido.
Según me contó mi amigo, alguien se la había regalado al príncipe un día antes de su muerte.
En la mañana, el jefe se enfureció con nosotros porque iban a presentar ese mismo día la colección al público. Llegó la policía y nos interrogaron sobre lo sucedido. Ninguna vitrina había sido violentada. Estaban desorientados. Había otras piezas de mayor valor y sin embargo, fueron  ignoradas por él o los ladrones Me resultó tan extraño que decidí  investigar por mi cuenta.
Mientras caminaba por la pinacoteca descubrí un cartelito entre dos pinturas que decía: “Príncipe Cesar Borgia por Bronzino”. Nadie había notado su falta.
Luego, en mi departamento, encontré un anónimo. Decía que me dirigiera a la plaza San Martín. Naturalmente, no lo tuve en cuenta. Eran las once de la noche y yo dormía profundamente cuando desperté sobresaltado. Me levanté, fui hacia la cocina y escuché un susurro espectral que me decía que pronto descubriría la verdad.  Revisé todo el departamento y no encontré a nadie. Pensé que este mensaje podría tener algo que ver con la nota, así que decidí ir a la plaza. Estaba muy nervioso y el miedo no me dejaba pensar. Por otro lado, quería saber qué estaba sucediendo.
Caminé en la oscuridad y escuché pasos detrás de mí, me di vuelta y observé una sombra que desaparecía a la luz de la luna. Dejó caer una medalla, la tomé y me desmayé.
Desperté con el sol en la cara, pero ya no estaba en la plaza. Caminé sin rumbo por calles empedradas y desconocidas. La gente no notaba mi existencia, me sentí un fantasma. Pronto me encontré en las puertas de un palacio y entré sin dificultad. En un maravilloso cuarto había una reunión. Las personas hablaban un idioma que me era familiar; el italiano.
-¡No toleraremos más los crímenes de Cesar Borgia!- dijo un anciano.
-¿Qué opina usted, Duque Sámoli?.
-Le daré una moneda envenenada, signo de lo que vale- respondió.
Me sentí mareado y algo así como un tornado me arrastró. ¿Había viajado en el tiempo? Ya nada podía sorprenderme. Desperté en el museo y le conté a mi compañero lo sucedido, pero no creyó nada. Recorrimos el salón principal y de pronto escuchamos pasos. Nos escondimos y sin dar  crédito a nuestros ojos vimos una figura idéntica al famoso príncipe parado junto a la vitrina de las medallas. Él sabía de nuestra presencia. Quedamos inmovilizados vaya a saber por qué encantamiento.  Lo más terrible fue ver a mi amigo con los ojos brillantes y una voz irreconocible decir: - el plan está a punto de concretarse-  Minutos después, Carlos, poseído por el espíritu de Borgia se fue del museo. No salía de mi asombro, porque  alguien más, escondido en la oscuridad, se  acercó. Cordialmente me saludó y dijo llamarse Giovanni Sámoli, duque de Nápoles. Me explicó que era un pariente muy lejano y que la sangre  que corría por nuestras venas nos salvaría de la maldición.
Sin tiempo que perder salimos a buscar a mi compañero.
Me guió hasta una casa que me resultó familiar. Era nada menos que aquella donde yo jugaba cuando era niño; la de mi tío abuelo Gino.
No pude entrar, en el portal estaba mi colega.
-¡Sámoli! ¡Tú me mataste y he venido a vengarme! Estás maldito igual que tu familia- dijo con voz de ultratumba.
-Hace cientos de años de eso- exclamé atragantado.
Sacó un arma y me apuntó directo a los ojos.
Lo llamé tres veces por su nombre  para perturbarlo; él no era Borgia. Sabía que su alma cristiana estaba luchando en su interior con un espíritu malvado. Dos segundos de distracción fueron suficientes para golpearlo y desarmarlo. Lamentablemente no pude detenerlo. Escapó hacia algún lugar del viejo barrio y desapareció.
Giovanni se presentó otra vez y me explicó que ahora,  era importante ocuparnos de la maldición y no de mi amigo el poseído. Me dirigí al museo, recordé que había una moneda similar que conmemoraba la victoria de los Sámoli ante Borgia. Pensé que podría ayudarme. Entré sigilosamente a la galería y me aproximé a la vitrina de las divisas. Giovanni me sugirió que la tomara sin miedo, la alarma no iba a funcionar.
Detrás de una columna me pareció ver unos ojos rojos. Allí estaba el fugitivo, no cabía dudas. Me acerqué despacio, aunque sabía que la oscuridad podía jugarme una mala pasada.
Desde atrás, unas manos fuertes y heladas apretaron mi cuello hasta dejarme sin aliento.
-Pagarás por lo que me hizo tu familia- dijo.
No lo dudé un instante, saqué del bolsillo la moneda de los Sámoli y se la pegué en la frente. Su grito fue como el aullido de un chacal cuando el metal le quemó la piel. Me soltó y corrí por el museo en penumbras. Tropecé con un cuadro que alguien había dejado como al descuido en el pasillo y tuve un presentimiento.
Si la pintura había desaparecido la misma noche del robo, existía la posibilidad de que el príncipe se hubiera transportado a nuestro mundo a través de ella, o tal vez había algo más…
Lo esperé agazapado. Estaba alerta y contra la pared para evitar sorpresas.
Pasó mucho tiempo hasta que apareció con los ojos como brazas y pálido como un muerto. Trató de engañarme con palabras amables. Tomé el cuadro y comencé a hacer trizas la pintura con mi pequeña navaja. Sus alaridos ahora eran lastimeros, se retorcía mientras me profería las peores maldiciones.
Mi antepasado regresó en el instante en que un aura negra salía del cuerpo del hechizado.
-La maldición ha terminado. Espero que algún día puedas perdonar la decisión errónea que tomé hace siglos. Creí que matar era la única salida, hoy comprendo que estaba equivocado -dijo- mientras se esfumaba en el aire.  Ayudé a mi colega que no recordaba nada de lo sucedido y continué trabajando.
Meses más tarde, ya despreocupado de aquel episodio, me di cuenta que había más misterios que podría resolver, tal vez nuevas aventuras que serán motivo de otra historia y que en alguna oportunidad les contaré.

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