miércoles, 26 de junio de 2013

Una modesta proposición - Para evitar que los docentes de la provincia sean una carga sobre los ciudadanos de nuestro país y para hacerlos útiles en algo. - Por Jorge Dágata y Ezequiel Feito

Las Batuecas, 2009

Se han publicado textos que raramente consiguen admiradores ni partidarios; conviene advertir al lector que es muy probable que el siguiente sea uno de ellos. El antecedente famoso, al que refiere el título, es la proposición que Jonathan Swift escribió hace unos tres siglos. Procuraba con ella solucionar o al menos atemperar la hambruna de una gran parte del pueblo irlandés sus compatriotas-, sometido al dominio inglés, de un modo tan práctico y sencillo como para provocar la reacción del público. Asco, repugnancia, rechazo, suscita una lectura superficial de aquellas páginas magistrales; la segunda lectura, la de fondo, tiene hoy la misma vigencia que entonces, aplicada a otros contextos, y bien puede obligarnos a una reflexión seria sobre el tema. Como sería el caso de ¿qué hacemos cuando una media nos molesta al caminar?
Resulta que es un asunto melancólico para quienes, como yo, tienen un vecino que con toda razón y agudeza siempre hace una observación sobre la regalada vida que disfrutan los docentes de este país, llámese a éstos maestras, profesores, directores de escuela, secretarios, inspectores o lo que sean dentro del sistema educativo.“Macri  me comentó mi vecino Jorge al tiempo que me envolvía tres milanesas para comer esa noche  dijo que todos los docentes son unos vagos y no sirven para nada”Levanté los ojos hacia el cielorraso creyendo que era al cielo y respiré hondo. Mientras permanecí en su despensa junto a otros docentes, pensé durante un largo rato el darle una respuesta. Quizás deba mencionar que los demás, en vista de la situación, prefirieron pasar de incógnito. Por más vueltas que le daba, en lo íntimo de mi cabeza, sabía que a él no le faltaban razones. Ya había escuchado el doloroso argumento, no sólo del jefe porteño, sino de casi toda la gente con la que hablaba, ignorantes éstos de mi situación laboral.

UN DIARIO CLAMOR

Muchas veces los docentes fuimos colocados en el segundo puesto en el nivel de impopularidad e ineptitud, sólo precedidos, por muy lejos, por gran parte de los políticos actuales, cuya contribución a la ruina del país y al despilfarro aún no hemos alcanzado a perfeccionar los que diariamente esgrimimos la tiza.Creo que todos estamos de acuerdo en que este número prodigioso de docentes resulta prescindible, por lo oneroso e indeseable de su tarea, en el estado actual de nuestro país. Por lo tanto, quien encuentre un método razonable, económico y fácil para volverlos útiles en algo, merecería tanto el agradecimiento del pueblo como una estatua en la plaza principal de la República.Por favor, no crean que exagero las condiciones en que actualmente se encuentra nuestra masa docente. Es más, estoy completamente convencido de que el maestro, el profesor, el director, etc., realmente no sirven para nada.Sin embargo, mi intención está muy lejos de limitarme solamente al personal docente: todo el sistema educativo argentino sirve igualmente para lo mismo, es decir,  para nada.Por mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante más de quince años sobre este importante asunto, he sopesado debidamente declaraciones como “los docentes cobran mucho por lo poco que trabajan”, añadiéndole que “el nivel educativo es bastante bajo” (cosa que es absolutamente cierta) y lo de “por cuatro horas que trabajan pretenden aumento”, o las sofisticadas “si vieran los coches que tienen”, “deberían trabajar ocho horas por día como cualquier hijo de vecino”.Sí, el clamor del pueblo es verdaderamente justo ante tamaña soberbia y despilfarro de dinero. No cabe duda que éste es uno de los grandes males que van corrompiendo nuestra Nación, con una clase parasitaria que no duda en sus injustos reclamos de sueldos, en “tener como rehenes” a los pobres chicos que están en el sistema educativo.A propósito de esas huelgas, quisiera aportar algo más: es altamente beneficioso (y así lo piensan nuestros escolares) el quedarse esos días en sus casas, dado que pueden aprender cosas que son útiles en la vida directamente de sus padres. Estos no ocultan su alegría al tenerlos en sus casas, debido al poco tiempo que pasan con ellos por culpa de las 5 horas arbitrarias e inútiles de clase. Todos sabemos muy bien que el aprendizaje de los niños en la calle (en los recreos, cuando están en las escuelas) y en sus casas, basta para desenvolverse adecuadamente en la vida; la escuela sólo les sirve de estorbo para alcanzar las metas que se han propuesto.

DIAGNOSTICANDO

Este sistema de enseñanza donde los únicos privilegiados son los docentes, es natural que provoque ira en padres y madres. Sólo ellos pueden decidir mandarlos o no al colegio, según el humor del niño o las circunstancias en que les toque, o simplemente irlos a buscar según los caprichos del momento una situación de examen, por ejemplo-. Esto aumenta la capacidad ociosa del docente, agregada a los tres meses de vacaciones, feriados, licencias por casi cualquier cosa, y quince días de holganza en invierno. Todo solventado, claro está, con dineros públicos de los contribuyentes. Esto exige justicia o al menos algo que ponga freno a un derroche injustificado de divisas.
Pero aún  hay más motivos para este análisis: debido a la desganada manera con que los docentes enseñan, los niños sufren de aburrimiento y aburrimiento- en sus clases. Pasa en todas las materias, las cuales, dicho por los mismos alumnos, no sirven para nada, o con sus propias palabras: “¿Para que me va a servir aprender esto?” Es sabido que, apenas egresen, se habrán olvidado de todo lo dicho durante seis o más años y, ¿quién cubre todo ese gasto y esos recursos inútiles?
Es por ello muy justa la poca o ninguna importancia que le dan los alumnos al docente.  Se manifiesta en largas charlas suelen llamarse digresiones- sobre cosas verdaderamente importantes durante las horas de clase. También con juegos y mensajes mediante celulares, esos que con sapientísimo criterio, los padres proporcionan a sus hijos para que las tediosas horas de estudio les resulten más entretenidas y pasables.
Si ese es el cuadro, fomentado por la ineptitud del que enseña -y suele ser grande-, aún hay cosas mayores: es imprescindible que los padres contribuyan con una elevada dosis de desprecio y falta de respeto hacia cualquier docente, porque ¿qué otra cosa pretenden recibir éstos a cambio de una enseñanza vulgar e ineficiente, que pide a los alumnos estudiar asuntos aburridos y desleídos, extorsionándolos mediante preguntas y exámenes, o castigándolos a leer en sus casas, mientras que al docente se lo ve pasear por el shopping más cercano o literalmente dormir desde las seis de la tarde hasta el otro día?
Es un derecho que todo padre o madre manifieste este desagrado ante las autoridades (léase inspectores) o ponga abogados para reconsiderar tanto los actos como las calificaciones de sus hijos. Nunca debe olvidarse que, por la incultura del docente, su escasa preparación, sus pocos saberes y su ineficiencia, todo padre sabe tanto o más que él, que un director y aún que un inspector. Sabemos que los docentes que están en el sistema educativo son ignorantes a ultranza, mediocremente revestidos por cursos pagados a editoriales para obtener algún puntaje y así subir en el listado y captar más horas de falso trabajo.
Por ello, no conozco ningún padre que no distinga lo que debe saber o no su hijo. Presumo que al no ver  satisfecha su demanda, es también justo que golpee, lastime, enjuicie o aún mate a algún docente, privilegio normalmente concedido a policías y alumnos.
Si los docentes no se salen con la suya aún más de lo que quisieran, es debido al invalorable apoyo que tienen los padres en maestros y profesores particulares: desinteresadamente es un modo de decir- los asesoran acerca de los pasos a seguir, cuando se cometen excesos e injusticias con el trato o las calificaciones de los alumnos. Estos padres, aleccionados por estos abogados de la pedagogía, van directamente a las autoridades y, cosa sorprendente, éstas les dan la razón en todos los casos, haciéndose justicia en un ambiente donde las cosas van de mal en peor. Pensando con optimismo podríamos decir que es una señal de que no todo está podrido.
Si a eso sumamos los institutos de formación docente, donde la más de las veces los candidatos son puestos con el inefable método del dedo, por sobre las competencias propias de los concursantes (hay casos en el instituto de formación docente de nuestra ciudad que no merecen espacio aquí), el caos es total, porque los menos aptos terminan ocupando los espacios que no les corresponden.

MI  MODESTA PROPOSICIÓN

Hasta aquí mis objeciones sobre la utilidad del sistema educativo. El número de docentes de esta provincia se estima en doscientos noventa y cuatro mil, quinientos catorce hombres y mujeres, existiendo en el país un total de ochocientos veintiséis mil quinientos treinta y seis; de los cuales, una primer franja estaría comprendida entre los veinticinco y treinta y cinco años de edad, una segunda hasta los cincuenta y una tercera de esa edad en adelante añadiendo además en ésta, el personal administrativo, jerárquico y técnico con que cuenta el sistema.
Es en esa primera franja en la que yo propongo nos ocupemos, de tal manera que sirva para alimentar a nuestra población, ahorrándose la Nación millones de pesos en alimento barato. De paso, habrá un notorio aumento numérico de vaquillonas y novillos para ser exportados a un precio mayor al salario que venían cobrando estas personas.
Ya que no se pueden ocupar en la artesanía ni en la agricultura, ni en la construcción; si se los deja sin trabajo, se corre el innecesario riesgo de que se ganen la vida mediante el robo o cosas peores, como el de volver a enseñar mediante la apertura de institutos particulares. Por ello, si consideramos que cada varón o hembra pesan setenta kilos promedio, con su carne se podrán alimentar a veinte o treinta familias por más de diez años. El ahorro, sumado a la supresión de sueldos, podría dedicarse a obras o a créditos para empresas agro-ganaderas o fabriles a punto de quebrar.
Un norteamericano que no es oriundo de México, muy instruido, me ha asegurado que un docente sano y bien alimentado como lo están los nuestros, constituye el elemento más nutritivo, delicioso y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido.
La segunda franja, hasta los cincuenta años de edad, puede optar por servir de mano de obra gratuita en el campo  (porque como sabemos, el país Es el campo). En vez de utilizar tractores y cosechadoras que generan gastos de gasoil y contaminan el ambiente, se podrían emplear a estos nuevos siervos de la gleba para esos menesteres hasta que mueran, cosa que tarde o temprano, frente a una clase o tirando del arado, ocurrirá.
Para ese momento nos habremos ahorrado cientos de miles de dólares por día de trabajo, amén de la calidad del abono orgánico proporcionada a nuestros campos.
También pueden servir para un respetable puchero. Una maestra de setenta kilos llenará más de diez buenas ollas. Cuando la familia cene sola el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable; sazonado con un poco de pimienta o sal después de hervido, resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno.
Durante muchos años habrá carne de docente gratis y hasta que ésta acabe, nuestro país podría ver realizado su sueño de proveer a cada familia una casa, un auto y artículos del hogar a precios razonables, subvencionados por la desaparición del sistema educativo.
Los de la última franja, de cincuenta años en adelante, podrán optar por ingresar en un hospital de incurables (cuestión que desarrollaré en otra ocasión) o servir de abono a nuestros maravillosos campos. Quienes sean más imaginativos (como, debo confesar, ocurre en estos tiempos) pueden desollar sus cuerpos: con la piel, artificiosamente preparada, podrán hacer admirables guantes para damas y botas de verano para caballeros elegantes.
Esto hará revivir en nuestra ciudad de Batuecas las alicaídas artesanías y reabrir los mataderos, con la consiguiente demanda de empleos. Sospecho que tanto personas que saquen primorosamente el cuerpo como esquilmadores y carniceros, no faltarán.
Alguien muy respetable, verdadero amante de su patria, cuyas virtudes estimo muchísimo, se entretuvo últimamente en discurrir sobre este asunto, con el fin de ofrecer un refinamiento de mi plan. Ecologista militante, se le ocurrió que muchos jóvenes iracundos, en vez de exterminarse entre ellos o matar palomas en el cerro, podrían colaborar en el matadero, siendo verdugos de sus propios profesores y maestros, canalizando así sus frustraciones. Sería justo que el estado les abonara un sueldo estimable por trabajo tan útil y necesario.
Si consideramos que, una vez extinta la clase docente, desde maestras de jardín hasta profesores, pasando por inspectores, consejeros escolares, administrativos varios, jefes de área, inspectores zonales, locales y de la rama (cuyos sueldos son superiores a los ocho mil pesos), directores, secretarios y demás parásitos, podríamos pagar con largueza y sin ningún costo para la comunidad, los sueldos de nuestros senadores o diputados (nacionales y provinciales), intendentes y concejales, cuya labor siempre nos llena de orgullo.

PENSANDO EN CONSECUENCIAS

Algunas personas de espíritu agorero quedarán muy preocupadas por la gran cantidad de niños y jóvenes que no recibirán educación. Pero este asunto no debe afligirnos en absoluto; es muy sabido que la calle es la verdadera maestra de la vida. Como dijimos, los padres en particular y la gente en general saben más de enseñanza que cualquier docente y por tanto podrán educarlos a su gusto, enseñándoles lo que crean más conveniente, sin el estorbo de un  sistema educativo ineficiente.
He divagado excesivamente al expresar mi propuesta, de manera que vuelvo al tema. Me parece que las ventajas de la proposición enunciada son obvias y muchas, así como de la mayor importancia.
En primer lugar, como ya he observado, disminuirá muchísimo el gasto público y con ello los impuestos. Los padres ya no deberán afrontar cada año gastos en libros inútiles, ni en ropa o transporte, pudiendo darle al dinero un uso más productivo, como por ejemplo, cambiar su auto o cosas por el estilo.
Los millones de dólares ahorrados por la patria, podrán ser usados para pagar nuestras deudas externas o internas, o aumentar los fondos de coparticipación federal.
Segundo: Los edificios de las escuelas se podrán destinar para ocupaciones que den una verdadera y legítima ganancia, ya sea acondicionados para prostíbulos, salas de juego o salones de fiesta. Debidamente arrendados, darán una ganancia extra que no presentaban antes, debido al excesivo mantenimiento que requerían.
Tercero: Puesto que de doscientos noventa y cuatro mil, quinientos catorce docentes no se pueden calcular a menos de veinte millones de kilogramos de carne fresca y que un simple corte no baja de diez pesos en cualquier mercado, se suministrarán doscientos millones de pesos de ganancia a la provincia. Sumado a esto, al dejar de pagar esos sueldos abultados injustos a los anteriores beneficiarios, el ahorro en cargas sociales, etc., este valor se triplicaría o cuadruplicaría. Y sólo estamos hablando de esta provincia. Si consideramos todo el país, serían unos cincuenta y siete millones de kilogramos o quinientos setenta millones de pesos a la nación
Cuarto: este manjar atraerá una gran clientela a las carnicerías y casas de comidas, donde los propietarios serán seguramente tan prudentes como para procurarse las mejores recetas para prepararlo a la perfección, y consecuentemente ver sus casas frecuentadas por todos los distinguidos caballeros, quienes se precian con justicia de su conocimiento del buen comer; y un diestro cocinero, que sepa cómo agradar a sus huéspedes, se las ingeniará para hacerlo tan caro como a ellos les plazca.
Quinto: constituirá un estímulo para las relaciones padres-hijos, al no estar más el docente y la escuela interfiriendo entre ellos. Aumentaría así el cuidado y la ternura que éstos merecen y pronto se vería en nuestra sociedad el renacer de una clase honesta y trabajadora, culta y educada, a la vez que útil.
No se me ocurre ningún reparo que pueda oponerse razonablemente contra esta proposición, a menos que se aduzca que la población del país se vería muy disminuida. Esto lo reconozco francamente, pero mi confianza en la capacidad reproductiva de nuestros jóvenes compensaría en gran parte y en poco tiempo los lugares dejados por el faenamiento..
Deseo que el lector observe que he calculado mi remedio para este único y particular país, y no para cualquier otro que haya existido o exista sobre la tierra. Por consiguiente, que ningún hombre me hable de la educación en otros países, donde esto se soluciona de manera más rápida y efectiva, disminuyendo drásticamente la burocracia que existe en la docencia, extensa e inútil, partícipe decisiva del sistema, y tozudamente irracional: siempre aumentable, nunca disminuible, jamás eficiente. Ni en la valoración de la educación (tema en el que actualmente, y en especial en los días de campaña electoral, se deleitan los políticos como ejercicio dialéctico, mientras comprobamos se hace todo el esfuerzo patriótico posible para destruirla). Tampoco consiento en la valoración del docente en la sociedad, hipócrita verdad cuyos resultados están a la vista, a excepción que se piense en éste como alimento. Debemos desterrar la idea subversiva de sanear nuestra educación con docentes idóneos, restaurándoles el honor y el respeto social al que estaban acostumbrados en sus edad dorada.

¿HAY OTRO PLAN?

Después de todo, no me siento tan violentamente ligado a mi propia opinión como para rechazar cualquier plan propuesto por hombres sabios que fuera hallado igualmente inocente, barato, cómodo y eficaz. Pero antes de que alguna cosa de ese tipo sea propuesta en contradicción con mi plan, deseo que el autor o los autores consideren seriamente dos puntos: primero, tal como están las cosas, cómo se las arreglarán para que el sistema educativo funcione y los docentes (que cada día que pasa son más ignorantes) hagan lo que tiene que hacer. Iguales resultados pido para los que ocupan puestos jerárquicos. Segundo, consideremos que muchos de ellos, sacados de sus propias aulas, proveerán a nuestro bendito país, especialmente al campo y a la industria alimenticia, de mano de obra gratuita, además de abono y materia prima para las artesanías.
Declaro, con toda la sinceridad de mi corazón, que no tengo el menor interés personal en esforzarme por promover esta obra necesaria, y que no me impulsa otro motivo sino el bien público de mi patria, desarrollando nuestro comercio, cuidando de los niños, aliviando al pobre y dando algún placer al rico.

A MODO DE DESPEDIDA

“Una modesta proposición”, de Swift, nunca fue empleada como lectura apta para niños, como sí sucedió con “Los viajes de Gulliver”, aunque una más atenta mirada a esta última obra podría convertirla en recomendable también para los más creciditos.
Mi modesta proposición de hoy no va dirigida tampoco al público de corta edad, por las consecuencias que traería el carácter intempestuoso e irreflexivo que suele caracterizarlo, con un accionar inmediato e irracional que no remediaría el problema. Tómese más bien como un dar vuelta la media para ver si distinguimos las costuras y empezamos a caminar más cómodos y seguros, supuesto que tengamos algún lado adonde ir.
Declaro solemnemente, para los entendidos, que la he pensado y enviado desde Las Batuecas a esta página, por la sencilla razón de que ahí vivo y no he hallado al destinatario natural de mis cartas, don Mariano José de Larra, de cuyo paradero actual no logro informarme.



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