miércoles, 26 de junio de 2013

EL CHE - Manuel J. Castilla

Cuando los indios de Bolivia hundan el arado de palo
 y estén metiendo a mano la semilla del maíz
y cuando la simiente del ají por sembrarse
les deje, rojas, tornatranca las miradas,
entre el humo más viejo, entre su calcio negro,
van a encontrar un dedo de tu mano
diciéndoles que esperen las mazorcas, la quínoa y el tomate
con su furia.

Cuando a la tarde vayan sedientos hasta el rio
van a beber los toros tus ojos inhallables
y blanquearan con leche corajuda, gota a gota, la tierra.

Porque ahora todas las aguas de América
tienen la sal que nunca derramaron tus ojos
tu llanto sin caer esta contigo todavía
en tu ultima mirada
por la que te asentabas como un polen llevado por los pájaros
allí donde se siente en yema la cresta de la hombría.
Cuando las quenas suelten como un hilo de humo su yaraví lloroso
y bajo la negrura de la pampa
la vidalita se despida sin irse nunca.

Cuando pase todo eso:
arado de árbol, mazorcas y tomate, toros con sed
y música tristísimo,
aprenderemos cómo a tus pies se desombrada el miedo.

Sabremos que después que fue a tu boca
la cuchara metálica tiene gusto montuoso ya raíces,
que el cuchillo es un tajo parado para siempre
y el tenedor son cuatro dedos dando silenciosos.

Que el árbo1 que en tus hombros se ha apoyado
ha dado flores con olor a hombre
y que en tus manos
el coraz6n de la justicia partido en dos estaba y esperaba
que tú lo desmigaras, lo dieras y lo echaras
como un viento mo1ido sobre América.

Ahora
que han cortado tus manos
salgo y topo tu voz en las guitarras de la noche,
la veo brotar del vino como una luz retinta.
Entonces yo me quedo a tu lado
y oigo pasar por dentro de la tierra
el río de tu aliento.
Cuando en cada brote
pecha tu gente iluminado,
en la greda del mundo creces de futuro y gozante
vuelves en otros rostros y eres agua de furia
un pensamiento lleno de inatajables estallidos.

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