No recuerdo quién me dijo que en ese lugar
se había ahorcado un hombre pobre
y que el árbol siguió dando su sombra generosa
mientras descolgaban el cuerpo quedamente.
Nada cambió después. Ni las plantas, ni la tierra;
nadie colocó una cruz o una flor que lo recuerde.
Las aves siguieron anidando en aquel árbol
y la rama elegida se llenó de verde.
Toda la naturaleza niega que murió un hombre;
y aún el mismo viento que lo meció un buen rato
con su cancioncilla tantas veces repetida.
mece cualquier árbol, cualquier rama, locamente.
Pero yo, que oí de él un día,
soy como una tumba que se llena del aire de los muertos.
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