miércoles, 26 de junio de 2013

LA NIÑA Y EL ROBLE Por Melisa Circelli

Todo ocurrió aquel día de verano, un día largo y caluroso. El sol le devolvía una luz extraña y demasiado cegadora. El calor era casi insoportable, demasiado para esa época. Era 31 de diciembre, y el escaso viento que corría parecía quemarle la piel.
El suelo de la plaza se encontraba muy caliente. Estaba sentada sobre el pasto, el cual estaba de un color muy verdoso, más de lo común. Charlaba con las chicas, de algo que no tiene importancia mencionar… en su oído se entrelazaban  las voces de sus compañeras con un murmullo muy extraño al que no le dio importancia…
Se quedó alucinada al ver caer las hojas de aquel árbol. Era un roble enorme, muy viejo, pero joven al mismo tiempo, lleno de vida, repleto de hojas verdes; de un instante para el otro las hojas empezaron a caer. Caían del árbol, y en el momento en el que tocaban el suelo, se ennegrecían. Nunca había visto algo así. Era lo más hermoso y extraordinario que había visto en su vida.
Esperaba ansiosa el año nuevo, quería pasar un día inolvidable. Quería disfrutar como nunca, divertirse, y quizás vivir algo que le cambiara la vida.
Volvió temprano. Era la víspera de año nuevo y quería prepararse bien. No encontró a nadie en casa, le resultaba extraño. Su madre debía estar preparando la cena de Año Nuevo. Sin embargo, aprovecho la oportunidad y salió; debía ir hacia el centro y hacer unas compras. Era una oportunidad perfecta.
En el recorrido tuvo que pasar nuevamente por la plaza. Y ahí estaba, aquel árbol enorme, las hojas seguían cayendo, pero no precia faltarle ninguna, el roble seguía repleto. Se acerco un poco para ver mejor. Las hojas del suelo se veían espeluznantes, pero bellísimas. Al aproximarse vio a una niña que reposaba a la sombra del árbol. La miro y le dijo “Hola”, la niña levanto la mirada y le sonrió. Julieta se sentó a su lado y no preciso preguntarle nada. No había necesidad, sentía conocerla de toda la vida. Solo se acomodó y la contemplo en silencio. “Quizás no es demasiado tarde para que vueles” dijo la pequeña luego de un largo rato. El sueño de Julieta era ese, volar. Lo anhelaba desde niña. Ni siquiera sabía por completo a qué se refería con volar, de cualquier forma era todo lo que deseaba… solo volar.
La chiquilla le tomo la mano y caminaron sin rumbo. Cuando Julieta se dio cuenta se encontraba allí, parada en el precipicio de aquel remoto y desolado cerro. El viento estaba tan calmo que parecía posarse sobre su rostro. Sus ojos, más serenos que nunca, se perdían en el horizonte. Su cuerpo se encontraba en perfecta calma. En su cara se dibujaba un esbozo de sonrisa, que me es imposible explicarles. A unos metros se encontraba la niña. Mirándola fijamente y sonriéndole. Su mirada ya no era segura, aquella pequeña ya no se asemejaba a un angelito. Sus ojos eran lúgubres, sombríos. Su figura se distorsionaba en los ojos de Julieta, se volvía tétrica y deforme. Pero Julieta ya no se daba cuenta…
El año nuevo llego, y con el hallaron a Julieta en las profundidades del precipicio, … muerta. Se comprobó que había sido suicidio. Los médicos determinaron que tenía una sobredosis la cual le había provocado perdida de lucidez y como resultado se había lanzado al abismo.
Sin embargo muchas versiones corrieron. Que alguien la había empujado, que la habían matado y arrojado por el precipicio… Y tantas otras cosas que ya se me han olvidado… Unos días después de su entierro, de la nada, apareció una inscripción en su tumba, que decía: “Quizás no es demasiado tarde para que vueles”.
Se dice que aquel viejo Roble se secó, pero que por las noches llora hojas negras, que desaparecen en la mañana. Y que en los precipicios de aquel desolado cerro, algunos han visto una niña  hermosa y angelical, sonriente y alegre que los mira fijamente… pero que si se acercan sus ojos se tornan tenebrosos y macabros.

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