La hormiga, después de haber trabajado muchos años, con constancia y empeño sin igual, se encontró con una gran fortuna. En los primeros tiempos, a medida que iba levantándose su posición, iba también creciendo el clamor de los fieles amigos, de esos que no pudiendo jamás alcanzar el éxito, siempre ladran por detrás.
Cuando de rica se hizo poderosa, como los clamores hubieran podido acarrear peligro, se volvieron simples cuchicheos; pues, si bien hay que rebajar siempre lo que uno no puede igualar, es preciso hacerlo con prudencia. Y cuando se hubo cansado la gente de machacar sin cesar las mismas maledicencias, se le ocurrió a la lombriz exclamar una vez en una reunión:
- ¡Cuando pienso que a mí me debe la hormiga todo lo que tiene!
Los circunstantes la miraron con cierto asombro, y ella prosiguió:
- Y ¡cómo no! ¿No se acuerdan ustedes que cuando llegó aquí, pobre, sin nada, desamparada, le facilité, para que descansara, un agujero que yo misma acababa de hacer?
- Es cierto, dijeron, y pronto se acordaron todos de lo que habían hecho para la hormiga, en otros tiempos, cundiendo en la mente de cada uno la idea de que a él le debía, si no toda su fortuna, por lo menos gran parte de ella. Hasta la misma araña se alabó de haberla dejado trabajar en paz, cuando muy bien la hubiera podido prender en su tela; y no hubo mosca,. moscón o mosquito, gusano ni escarabajo, que no se atreviese a afirmar que, sin él, la hormiga todavía sería pobre.
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