Nadie volvió a sonreír
con esos labios de niño.
Nadie volvió a mirar
de una vez al fondo de las cosas.
El pequeño corazón de cada hombre
dio su savia indivisible a la gran bruma de las cosas.
Y lo grande se fue tras lo pequeño.
O tal vez fue a revés.
No lo sabemos.
Yo no sé cómo pasan
tus ojos por la bruma,
mirada luminosa,
mirada ciega.
Las palabras, las jaulas
de las cosas,
crecen entre sonrisas apagadas
y queda dentro niebla gris, silencio.
Ocurre ahora que yo tengo un cielo
y unas sierras, azules...
y el oro perfumado de retamas
que recuerdan mis dedos.
Ocurre a veces que me voy trepando
por los cauces remotos de esta vida,
este intento.
De las venas al puño
tantas cosas se quedan
apretadas, doliendo.
Abro entonces la mano sobre un verso
para que no golpee
mi silencio.
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