“Ningún amor es más verdadero que aquel que muere sin haber sido revelado.” Oliver Wendell Holmes
Maia pertenecía a un grupo de chicas simpáticas, divertidas, muy sociables, en cambio Abril casi no tenía amigos. Abril empezó a acercarse a este grupo, empezó a salir con ellas, a juntarse… Así se fue acercando más a Maia, aunque nunca fueron realmente amigas. Abril la apreciaba mucho, y así se empezó a dar cuenta de que algo extraño le pasaba, algo particularmente especial, Maia le estaba importando más de lo que ella creía, mucho más. Cuando me contó la historia me dijo: “al principio no entendía lo que me estaba pasando”, pero creo que más que no entender era que no quería ver la realidad.
Aunque se negaba a sí misma cuando evadía lo que pasaba, cuando reducía sus sentimientos a una simple confusión, intentaba no prestarles atención y tratar de que todo siguiera como antes, pero no pudo. Con el tiempo lo tuvo que aceptar, era una realidad inevitable, le gustaba Maia. Abril siempre sintió que era una chica rara, y ahora con esto… creo que fue demasiado para ella. Pasó el tiempo y lo que sentía por Maia fue aumentando sin que se diera cuenta. “Era un sentimiento, algo que no tenía el poder de controlar”, me dijo alguna vez.
“Estoy enferma, se me está agotando el tiempo, pero mi enfermedad no tiene cura”. No entendí lo que me decía, era algo muy complejo para mi, era amor, algo que yo todavía no había sentido, así que creí que estaba exagerando, pero su mirada no me decía lo mismo. Pensé que sólo estaba algo deprimida, pero la enfermedad de la que me hablaba era más fuerte que una depresión, era amor… amor verdadero. Abril sentía que la vida iba en cámara lenta, que el destino la estaba torturando lentamente para que el dolor fuera aún más fuerte, pero la única tortura que existía era la que ella misma se daba. Sentía asco de sí misma, no podía mirar a Maia a los ojos, ni siquiera podía hablarle. Y así Abril se dio cuenta de que sin quererlo, sin desearlo, se había enamorado, pero de la persona más imposible que podía existir en este mundo para ella. Muchos dicen que el amor es la cura para cualquier mal, pero en este caso, para Abril fue la enfermedad, y fue irremediable.
En la escuela no hablaba mucho, no se reía de más ni de menos, aunque parecía estar siempre incómoda, nadie le daba demasiada importancia, ni siquiera yo. Y así, cuando sonaba el timbre que indicaba el final del día, ella emprendía la triste y desolada marcha de regreso a casa.
Los días de Abril eran todos iguales, llegaba y se encerraba en su cuarto, y aunque ponía música lo único que podía escuchar eran los latidos de su corazón. Se recluía tratando de comprender lo que le tocaba vivir. Sólo esperaba que se pasaran las horas para poder dormir, algo que por cierto últimamente le costaba mucho, hace tiempo le costaba y lo hacía por muy pocas horas. Se acostaba y algunas veces, antes de dormirse, dejaba algunas lágrimas sobre la almohada que tal vez ella creía la ayudarían a dormir… y con suerte a no despertar. Y en las mañanas otra vez la desesperación invadía su cuarto, y aunque Abril intentaba recordar lo que había soñado, fallaba en el intento y aceptaba que nada había cambiado.
La sociedad nunca la había aceptado por completo, y con esto se daba cuenta de que si la gente se enteraba lo que le sucedía, todo sería peor. Así que por un tiempo tuvo que esconder su vida entera, lo que en realidad era. Con el pasar de las horas, de los días, de los meses, Abril necesitó contárselo a alguien, acudió a su mejor y única amiga, pero creo que ésta no vio realmente cómo estaba. Abril siguió como pudo, con sus pedazos, arrastrando su alma destrozada.
Llegó su cumpleaños, fueron algunas “amigas” a verla a su casa, le desearon felicidades, charlaron, se rieron y cuando la hora lo indicó, se marcharon… se habían divertido, o al menos así lo creían todas, pero ella no. Cuando las chicas se fueron, ella partió hacia su cuarto, se sentó en la cama y se dio cuenta de que nada había cambiado, todo estaba igual. Ese día, esa noche, lloró más que nunca.
“No podía más, me sentía caer, levantarme, tropezar y volver a caer. Veía un camino sin luz, un camino largo, pero que no me llevaba a ningún lado. Sentía que no tenía opciones, no podía elegir”. Mientras Abril me contaba la historia con un nudo en la garganta, que casi no me dejaba entender lo que me decía y con unas cuantas lágrimas en sus ojos, que hacía el esfuerzo por no soltar pero que el sol hacía brillar y por tanto era imposible no notarlas, no pude decir nada, estaba sorprendida, pero no porque Abril estuviera enamorada de Maia, sino por la intensidad de esos sentimientos, de lo que llevaba oculto dentro suyo, y porque en mi inconsciente sabía cuál era el camino que ella iba a tomar.
En los últimos días la había notado algo rara, me dijo que no estaba durmiendo muy bien. Le pregunté si podía ayudarla en algo, me respondió que no y me agradeció. Un fin de semana de aquel frío otoño, especialmente frío, casi con seguridad puedo decir que el más frío de los otoños, o quizás sólo el más entristecedor, salimos; aunque yo no tenía ganas, le hice el favor. Creí que después de haberme confesado la historia y sabiendo que podía contar conmigo, Abril iba a estar bien, pero no era así. Esa noche, en el boliche y con algún que otro trago de más, me dijo que iba a hablar con Maia. No pude contestarle nada, no sabía si era lo correcto o no. Cuando Abril se le fue a acercar, Maia estaba besando a un chico. El rostro de Abril se empalideció, sus ojos se llenaron de lágrimas, pero como siempre, no las soltó, por un momento creí que iba a desmayarse, pero no fue así. Fue hasta Maia, se quedó callada un segundo, aunque pareció una eternidad, y le dijo “adiós”, pero ese adiós no era cualquier adiós, se llevaba algo consigo, se llevaba lo último que quedaba de Abril. Estuve a punto de seguirla, pero por alguna razón sentí que no debía hacerlo, no sé si estuve bien o no, sólo sé que no la seguí…
Más o menos a las 4:30 de la madrugada de aquel triste y tormentoso día encontraron a Abril desangrada en un terreno baldío de no recuerdo ya qué calle. Abril había elegido escapar y yo dejarla ir. En mi bolsillo encontré un papel bastante roto y arrugado, que en alguna de mis distracciones me había puesto ella, y hoy me atrevo a decir que lo había escrito hace ya demasiado tiempo,:
“Cuando descubrí lo que me pasaba empezaron a aparecer las complicaciones, estaba algo depresiva, todo se me mezclaba. Ahora estoy llena de problemas y no los puedo ni deshacer, ni arreglar… ni nada. La estoy esperando hace tiempo, pero sé muy bien que no va a venir, así que tengo una idea, una forma de escapar de todo esto… SUICIDARME, lo pensé muchas veces, en mi mente lo analizo detalladamente (nunca le tuve miedo a la muerte después de todo nos vamos a morir algún día pero sí al sufrimiento), igualmente estoy dispuesta a sufrir una última vez con tal de que al fin se termine todo.”
Me quede dura, sentía que todo mi cuerpo temblaba. Por un instante un frío escalofriante me recorrió, ya sin poder contenerla se me escapó una lágrima que cayó justo en mi celular, el cual sonó en ese mismo momento: me llamaban para confirmar lo que ya me imaginaba, lo inevitable. Yo aún estaba en el boliche, miré a Maia y cuando estaba a punto de ir a decírselo, retrocedí, sentí que no tenía derecho a saberlo; una repugnancia tan fuerte hacia ella me nació dentro, por primera vez odié a alguien en mi vida, aunque fue sólo un momento. Si bien ella había sido la causa de que a Abril le pasara lo que le pasó, no pude decírselo. La mayoría de los allegados a Abril se enteraron por la mañana, inclusive Maia.
Nunca le di la nota a nadie, pues por algo me la había dejado a mí y no su familia; fui la única que supo lo que pasó. El día del velorio de Abril el tiempo estuvo como en aquel trágico sábado, tormentoso pero más triste aún.
Aunque eran las cuatro de la tarde parecía de noche, las nubes teñían los rostros sombríos de cada uno de los que estábamos allí. Corría un doloroso viento que se llevaba mis lágrimas y los últimos recuerdos de Abril.
Por un momento vi llorar a Maia, quien le dejó una rosa roja sobre el cajón y me pregunté si ese llanto sería verdadero, si remediaba algo, si esas lágrimas valían para Abril que la había llorado tanto, y qué significaba esa rosa. ¿Maia sabría lo que había pasado? ¿Esa rosa sería un “gracias” por haberla amado..?
Maia fue el primer amor de Abril, sólo yo lo sé, pero no tenía por qué ser el último. Ese otoño las hojas que cayeron de cada árbol parecían ser, una a una, las lágrimas que Abril había derramado por aquel amor.
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