miércoles, 26 de junio de 2013

Réquiem para la muerte de un adolescente – Por Ezequiel Feito

                                                                                         Para  Daniel A.

I

Amigos míos,
detengan aquí sus respetuosos pasos:
Un silencio casi acuoso me indica
que iniciar debo el sueño del descanso.
El de la negra noche no, el de la tierra,
que con mi propia espuma abre un pequeño lago
para aliviar la breve sensación de vida
que hasta último momento fui llevando.

II

Vacíos están mis pulmones. Mi boca, con gesto adusto,
expresar no puede lo triste que me hallo,
ni puedo abrazar a nadie, pues no son míos
estos brazos.
que escriben con su carne en el tablón vacío
una larga historia por estos pocos años.

III

Aún así no sientan pena. No estoy triste ni alegre;
no está el velo de la idea, y para extraños
tengo acceso a una sonrisa,
capaz de hacerles entender que el dolor sólo fue una prueba,
una ínfima acción en mi brevedad de años,
cuando toda predicción era agradable.

IV

Mas mi juventud envejeció. Fue cuando
el mal fue más fuerte que la ciencia,
esa ciencia que recién estaba aprendiendo
como un peso innecesario.

V

¿Por qué entristecerse?
Aquí no pesan ya mis ropas,
ni siquiera aquel amor que a destiempo he amado,
ni lo poco o mucho que viví, ni lo que he visto.
Mas ustedes alégrense, porque están sanos,
y aún pueden amar, ver y ser más profundamente,
pues toda muerte es ajena. Todo es vano
y en esa vanidad anticipa el amor su propio gesto,
tan loco, tan solemne, tan humano.

VI

¿Por qué hablar de la muerte? El resistir lo es todo
en esta vida
y el hoy es algo
que sólo entenderé al final, cuando reciba
la carne nueva y el nombre impronunciado.


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