Nació en Tucumán, el 20 de agosto de 1810. Hijo de un comerciante vizcaíno que era entusiasta lector de Rosseau y amigo de Belgrano, (éste, más de una vez sentó al niño sobre sus rodillas). Estudió en el colegio de Ciencias Morales en Buenos Aires, siendo la música el primero de sus amores. Allí y en Córdoba, cursó Derecho, terminando la carrera en 1838. Sus primeros trabajos de publicista se refieren a la música (1832). En 1837 edita su “Fragmento preliminar al estudio del derecho” y dirige el periódico “La Moda”, ágil periódico de aguda crítica y amigo de la música y el arte, en el que Alberdi brinda varias composiciones.
Actuó en el Salón Literario y en la Asociación de Mayo y a fines de 1838, emigra a Montevideo por propia voluntad. Allí ejerce el derecho y el periodismo , siendo también secretario de Lavalle hasta que se separa de él por disentir en cuanto al rumbo a imprimirse al ejército. En 1834 se embarca hacia Europa en compañía de su amigo, Juan María Gutiérrez , retornando en 1844 a América. En Chile abre su estudio de abogado, sosteniendo con su pluma al presidente de la república, general Bulnes. De este período es su trabajo “Memoria sobre el Congreso General Americano” donde apunta ideas proféticas.
Cuando cae Rosas escribe “Las Bases” (mayo de 1852), siendo ésta su obra cumbre, identificada con el texto y el espíritu de la Constitución Nacional, y traduciendo magistralmente el ideario de los emigrados, genuina continuación del sustentado por la generación de Mayo. Sostiene una célebre polémica con Sarmiento, y en 1853-4, publica “Elementos del derecho público Provincial” y “Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina” . Durante 1855 1862 es diplomático viajero, representando a la Confederación ante varios gobiernos europeos y los EE.UU. Obtiene el reconocimiento de nuestra independencia por España. Es separado del cargo al reorganizarse los poderes de la república, medida que le entristece y amarga sobremanera. Desde entonces, renueva enconados ataques contra Mitre y sarmiento. Elegido diputado por Tucumán al Congreso Nacional, vuelve a la patria al año siguiente tras 40 años de ausencia. Se le tributa una recepción muy emotiva y se reconcilia con sus habituales adversarios. Asiste a los agitados sucesos
La República Argentina, por ejemplo. Su Gobierno, como institución real, tiene la estructura que recibió de su constructor primitivo el Gobierno de España, concebida para llenar el destino de su institución, que fue el de gobernar una colonia cuya población no debía tener la menor intervención ni participación en la gestión de su Gobierno, dejado todo entero y del modo más absoluto a la autoridad de un virrey-gobernador de la provincia-capital en que debía residir. Concentrar todo el poder en el Gobierno y tener al país destituido de todo poder, era el secreto del régimen colonial.
Así, tanto el Gobierno como el pueblo tenían la estructura respectiva que recibieron en su formación original, el uno para gobernar del modo más absoluto, el otro, para obedecer del modo más ciego e ilimitado.
El cuerpo social, así construido y organizado, debía conservar su estructura primitiva por toda la duración de su existencia, como es ley natural de todos los cuerpos organizados, del orden natural o del orden social.
Un Estado así constituido y organizado primitivamente puede cambiar de autoridad, ser independiente, en vez de ser colonia o dependencia de un Estado extranjero, cambiar de su Gobierno la forma, el nombre, la contextura aparente.
Lo que no cambiará en él será la estructura original de su Gobierno y la estructura primitiva de su Pueblo. El Gobierno será omnipotente y absoluto aunque se denomine Gobierno de la República, y la obediencia de su pueblo será pasiva y absoluta aunque se llame una República.
Formado y educado el pueblo en la costumbre de tener por motor iniciador y conductor exclusivo y absoluto de la gestión de su vida colectiva a su Gobierno, lo tendrá bajo todos los sistemas de gobierno y no tendrá ni conocerá jamás otro modo de funcionar, de moverse, de sentir, de pensar, de marchar.
Su Gobierno será su expresión, su símbolo, su simulacro completo y absoluto; el emblema del país o el país todo entero aunque en resumen.
Un Gobierno de esa estructura en manos de un monarca poderoso, conocido y respetado en la familia de las naciones, no abusará de su poder absoluto hasta la iniquidad con la facilidad conque lo hará aun vez depositado en manos de personas salidas de su pueblo y no acostumbradas al respeto de sí mismo, de que un gran soberano no puede separarse sin dañar a su dignidad de tal.
La suerte de un pueblo de esa condición será menos feliz si su Gobierno cae en manos de sus ciudadanos que lo fuera si sus ciudadanos se hubieran formado y habituado en el ejercicio soberano de su propio Gobierno, como sucede en la República de los Estados Unidos, cuyos pueblos se gobernaban a sí mismos, es decir, eran libres aun siendo colonias de Inglaterra, como vemos que hoy sucede con los del Canadá, de Australia, del Cabo de Buena Esperanza.
La estructura por la cual tenía el Gobierno de la colonia argentina la suma de poder real y material que convenía a su papel de Gobierno absoluto y omnímodo estaba no solamente en las leyes, que le daban muchas atribuciones y facultades de poder legal, sino en la estructura misma dada al país, a su geografía política, a sus grandes intereses esenciales a la satisfacción de sus necesidades, a fin de que por ella viniesen a las manos del Gobierno todos los elementos y recursos económicos y rentísticos de que el poder real se compone.
Esa estructura del país, que fue colonia gobernada por un poder absoluto, queda existiendo aunque cambien los depositarios del Gobierno, y los presidentes reemplacen a los virreyes, la República a la Monarquía.
Y esa estructura sigue dando al Gobierno republicano la misma suma de ese poder, que consiste en recursos y elementos de poder económico y rentístico, más real y eficaz que el poder compuesto de atribuciones escritas y nominales.
Llamándose soberano, el pueblo guardará su obediencia absoluta y completa de cuando era colonia.
Llamándose gobierno republicano, limitado y constitucional, el nuevo gobierno libre tendrá la misma suma de Poder absoluto de cuando era gobierno de la colonia, no por sus atribuciones escritas, sino por los medios y elementos de poder material que sigue poniendo en sus manos la estructura o complexión tradicional, histórica y natural, por decirlo así, que recibió de la metrópoli que lo construyó primitivamente.
Ese pueblo, de un presente opuesto nominalmente al pasado, tendrá dos constituciones: una escrita y muerta, otra no escrita y viva, como hecho real y positivo. La una será el desmentido y refutación de la otra.
No puede haber para un país estado más doloroso, pues es un estado de conflicto permanente entre el Gobierno, cuyo deber moderno es ceder y servir al pueblo; cuyo derecho moderno es exigir obediencia y respeto de la autoridad, que fue todo en el tiempo pasado, durante el cual no era nada el pueblo.
Ese gobierno nuevo, para ser fiel a su instituto tiene que disminuir su poder propio y aumentar el del pueblo; es decir, que abdicar y suicidarse como poder absoluto, por deber y patriotismo. Y ese pueblo tiene que solicitar, esperar y recibir de su Gobierno la entrega gradual de su poder propio, en lugar de imponerlo con una autoridad y concierto que le pertenece; pero que no sabe ejercer por falta de educación política.
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